Más allá de lo que se dice y desdice de los Poetas del Asfalto, hay que reconocer ese aguante que tienen para continuar a pesar de todo y de todos. Porque para muchos les parece risible esa aura de automarginalidad, absurdidad, alcoholicidad y eructo–urbanidad de sus revistas, obras y actos. Pero, en mi humilde parecer, sus manifiestos y sus poemas –que de tanto ir en contra van también contra sí mismos– ventilan el ambiente de la encorbatada solemnidad de ciertos poetas y de cierta poesía. Lo cual, tampoco, los hace más ni menos.
Pues bien, ayer jueves en el Bar Zela, presencié un verdadero acto contracultural que solamente estos vates (entiéndase poeta, no wiro, cañón o tola) del smog, estaban llamados a realizar: la devolución del manuscrito titulado EL SABER DE LAS ROSAS, un trabajo de varios años perteneciente al poeta mayor Enrique Verástegui.
Como bien consigna Gabriel Ruiz–Ortega en su blog, es un manuscrito largamente perdido, pero también largamente buscado, comentado, conjeturado y hasta calumniado de nunca haber existido. Un manuscrito que de haber caído en manos de algunos lucradores del trabajo ajeno, no hubieran tenido reparos en ponerlo al palo para que lo compre el mejor postor.
Pero, quisieron las veredas de Lima que esos papeles llegaran a manos de Ángel Izquierdo Duclós o Ángelito, como así gusta que lo llamen, un poetadelasfalto que tiene un puesto de libros usados en La Parada. Una historia con atisbos fantásticos que pueden leer clickeando acá.
En esta sociedad marcada por la cultura del dinero, del mercado la oferta y la demanda, venga de donde venga, sea lo que sea, como fuera y a lo que fuera, sin importar nada ni nadie, era menester encontrar alguien que nos cacheteara para recordarnos que por encima del sucio lucro, como dirían los Sex Pistols, todavía hay gente que respeta el trabajo de los demás, y que es digna de llamarse honesta.
Después de la presentación del numero 60 del fanzine homónimo a cargo de Gabriel Ruiz–Ortega, las lecturas de Fernando Laguna, Giuliana Llamoja, y la declaratoria de amistad/amor/hermandad del primo Mujica a Giuliana, –que causó la protesta con tintes celofanesde una poeta– Ángelito realizó un acto que en su esencia es mucho más significativo que las poseras performances de otros poetas y otros recitales. Devolvió, sin más retribución que un simple gracias, el manuscrito a Verástegui. Algo digno de reconocer, porque pudo caer en la tentación de los billetes que le habían estado pintando frente a sus ojos durante mucho tiempo.
A la calateada de El Primo en el Yacana, las peleas en plena mesa, los auto–rajes y borracheras en sus recitales, las mutuas acusaciones de sabotaje entre el Lakra y El Primo, etcétera, Ángel Yzquierdo Duclós, y los Poetas del Asfalto, realizaron el acto contracultural más auténtico de su historia. A la cultura del dinero que también impera en la literatura peruana, impusieron la cultura largamente olvidada de la dignidad y honestidad humana.
Por eso, y así digan los malapalablantes de que Richi Lakra se esfumó con la plata del taxi para regresar a Verástegui, pido un fuerte aplauso para ellos.
Martín Roldán Ruíz
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